jueves, 13 de octubre de 2011

La vida sigue igual


Esto es parte de la noticia que esta mañana he leído:

«He visto atrocidades en la carretera, porque soy camionero, pero lo de esta mañana (por ayer) me ha puesto los pelos como escarpias». Alonso Campoy acudió ayer a pescar con la carnaza que le había sobrado del día anterior. «Eran las ocho menos cuarto. Apenas había colocado la caña junto a las Salinas del Rasall, aquí en Calblanque, cuando he visto un bulto negro hacia el este. Creía que era un bidón que algún desaprensivo había tirado al mar. Luego, lo he visto cabecear hacia fuera y como la marejada lo volvía a traer a la costa, me he acercado y he visto una figura. Pero he caído en la cuenta de lo que era y el estómago me ha dado un vuelco», contó Campoy echando la mirada al suelo. Era lo que quedaba de uno de los tres cadáveres que la Guardia Civil buscaba desde el pasado jueves y que, según las fuentes consultadas, echaron de menos los supervivientes de una de las pateras apresadas la semana pasada.


Y esto es algo que escribí hace algún tiempo, tras escuchar una noticia semejante.

(Pasan los años pero todo sigue igual...)



En un lugar del Estrecho…
Un hombre mira hacia el cielo desde el fondo de una barca y sueña, quiere soñar que se ha convertido en niño y juega a ver en las nubes que cruzan el cielo azul, figuras que le recuerdan las cosas que ya conoce, lo que recuerda de antes, lo que va dejando atrás según se acerca a la costa, hacia el norte, siempre hacia el norte buscando lo que buscan en el norte tantos hombres y mujeres del otro lado del mar.
-Esa nube algodonosa se parece a un elefante con la trompa levantada. ¡No! Ahora ya no tiene trompa, ahora parece una casa y aquello su chimenea –comenta para sí mismo el hombre que yace ahí, en el fondo de la barca, mojado de las mil gotas de agua que salpican la patera- El aire sopla y empuja y lo va cambiando todo. La brisa va transformando la forma de aquella nube y ahora solamente es una enorme nube blanca con los bordes sonrosados allá en lo alto del cielo, de este cielo que es igual que el que veía hace días desde la blanca azotea de la casa de sus padres.
Rachid, el joven que juega a descubrir nuevas formas en las nubes desde el fondo de una barca, mira al cielo y ve que es el mismo cielo de su infancia, aquél que veía entonces desde la blanca terraza de la casa familiar, con sus hermanos mayores tumbados los tres allí, en el pedazo de sombra que la tapia les dejaba en las horas de calor de las tardes de verano, y recuerda que también, entonces, jugaban a descubrir animales o figuras diferentes en las nubes. Ahora ya no encuentra nada, se ha cansado de mirar y Rachid cierra los ojos y aún con los ojos cerrados ve chispitas de colores. -Por favor, dadme un poco de ese agua -pide en voz baja a los otros- Tengo sed. Pero ellos no le escuchan, sus palabras han quedado suspendidas en el aire como el negro cormorán que regresa desde el norte a refugiarse en invierno en las costas escarpadas de su tierra. Él va camino del norte y las aves que vislumbra llevan la ruta contraria.
-Tiene gracia -piensa Rachid- Nosotros vamos huyendo, buscando en el horizonte algo que sea parecido al jardín de las delicias y las aves migratorias van a anidar en las rocas de la costa que hemos dejando allí atrás. ¡Tiene gracia!
Rachid en su duermevela escucha como en susurros hablar a sus compañeros, pero no entiende que dicen. Los conoció hace días, antes de emprender la marcha. No conoce ni sus nombres, ni su vida, sólo sabe que les une el mismo afán.  Recuerda que en otro tiempo, cuando era niño, jugaba con sus hermanos y primos, que eran mil, y no encontraba motivo para dejar esa tierra, esa luz, los sabores y colores de su pueblo. Era una época feliz, pero ahora, según pasaron los años, han marchado uno tras otro a vivir esta aventura que él ahora se ha marcado, atravesar el estrecho, llegar hasta tierra firme, encontrarse con su gente que le espera y conseguir el dinero que en su país necesitan sus padres y sus abuelos. Por eso hace este viaje y cuando lleguen a España, trabajará dignamente y despues regresará para buscar una esposa entre las hijas del pueblo, tal como han hecho los otros que cruzaron el estrecho
Rachid tiene hambre y frío. La barca sigue teniendo el fondo lleno de agua y aunque la van vaciando, a cada rato se vuelve a llenar de nuevo y él tumbado ahí, en el fondo, lleva mojada la ropa, pero no le quedan fuerzas para sentarse en la borda, además, le han advertido que si se mueve, peligran, porque puede zozobrar y caer todos al mar. El mar se está oscureciendo, las nubes van ocultando el cielo que antes lucía y el sol... -¿Dónde está ahora el sol? -pregunta a sus compañeros- Estos se ríen sin ganas. -Mira que pregunta éste. Pero a Rachid no le importa si le responden o no. Tiene ganas de dormir. No consigue calcular el tiempo que lleva así, mareado y aturdido por el batir de las olas y sin comer ni beber desde que salió del puerto. ¿Cuánto tiempo habrá pasado? No puede pensar en ello, se descentra recordando todo lo que ha  ido dejando: a su pueblo, a sus padres, a su abuela y a los juegos que jugaba en la plaza de su pueblo siendo niño. No vienen a su memoria las cuestiones más cercanas, las de ayer o las de hace pocos días, pero ve con nitidez los sucesos de su infancia y los rostros de la gente de ese tiempo. Cierra de nuevo los ojos y le parece escuchar las voces de sus amigos riendo y contando cosas que casi ya había olvidado. Se sonríe  al recordarlos y  los hombres de los remos comentan con los demás -¿de qué se reirá éste ahora? La cosa está para bromas.- y Rachid vuelve a abrir los ojos y los mira uno a uno y piensa -no los conozco. Sólo conocía al hombre que le avisó de que ya estaba dispuesta la travesía por no sé qué coincidencia de la luna, las mareas, el viento que es favorable... Ese hombre le presentó al resto y como eran muchos, no recuerda ni sus nombres, ni quiere tener con ellos más relación que la justa para llegar a la costa, porque sabe que al llegar tendrán que salir corriendo a ocultarse entre las dunas. Está tenso y muy nervioso, esperando descansar un momento y cuando reponga fuerzas, sustituirá en los remos a uno de ellos y es que no sabe muy bien, si es que se ha roto el motor, que es muy viejo o tal vez que el combustible se acabó antes de tiempo o es cosa de las bujías, pero el caso es que ya llevan… ni siquiera sabe ya cuántas horas han pasado, remando para llegar antes que se acabe el agua, porque ya queda muy poca al fondo de la vasija y esta sequedad de sal que le cubre todo el cuerpo y le quema…
            Pasa el tiempo lentamente, todo permanece igual, el mismo mar y ese cielo y esas nubes que aparecen y se van, dibujando diferentes personajes que los miran navegando lentamente hacia el norte, siempre al norte. En el aire las gaviotas sobrevuelan lentamente la patera repleta de hombres cansados, tan cansados que no hablan entre ellos, sólo reman o descansan reponiéndose en el fondo de la barca, como Rachid, que abre los ojos y descubre allá en lo alto una nube con la forma de elefante, otra vez, con la trompa levantada, que dicen que es señal de buena suerte y sonríe y vuelve a cerrar los ojos y ya no los vuelve a abrir y no leerá la noticia que aparecerá en la prensa:
“Un cuerpo sin vida ha sido avistado a cuatro millas de la costa. El cadáver, que aún no ha sido identificado, pertenece probablemente a uno de tantos hombres que intentan llegar en pateras. Flotaba a la deriva, destrozado, como suele suceder con los ahogados en el mar". 

viernes, 7 de octubre de 2011

Nada es por casualidad

Acabo de encontra este artículo en el blog de   http://amistad.invision-foro.org y no he podido resistir la tentación de copiarlo: Estoy totalmente de acuerdo


Nada es por casualidad