Subió una Mona a un nogal.
Y cogiendo una nuez verde,
En la cáscara la muerde;
Con que la supo muy mal.
Arrojóla el animal,
Y se quedó sin comer.
Así suele suceder
A quien su empresa abandona.
Porque halla, como la mona,
Al principio qué vencer.
Ayer estuve en Moratalla. Fue un día muy agradable: amigos, ambiente, clima, comida, ¡mucha comida y toda muy rica!, incluso el regreso fue divertido, a pesar de los mil y un ruido del autobús y sus luces de colores, ahora roja, ahora cuatro, ahora parpadeo... Lo pasamos muy bien, pero yo no escribo esto por los amigos o los ricos alimentos y momentos que compartimos, no.
Ayer descubrí un árbol cuajado de extraños frutos redondos y verdes, cogí uno y lo mordisqueé y al momento lo tiré ya que su apariencia no me gustó. Pregunté a la gente del entorno cual era su nombre y... ¡era un nogal y aquellas desagradables bolas verdes eran nueces!
Me acordé al instante de mi padre y de la fábula de Samaniego que tantas veces me recitó para enseñarme (como siempre me enseñó a través de fábulas y anécdotas) que las cosas no son fáciles, que los principios siempre cuestan, que no hay que renunciar ante las dificultades iniciales.
Todo esto pertenece al siglo pasado, pero ayer, en Moratalla, el nogal me volvió a recordar que aun sigue siendo necesario el esfuerzo y la constancia para lograr resultados.