lunes, 9 de enero de 2023

 

En torno a mis blancos manteles



Una vez más vuelvo a retomar el tema de todos los años por este tiempo: Mis manteles navideños. ¿Qué tendrá de particular el tiempo de Navidad para que yo me siente delante del ordenador y piense, recuerde o reflexione sobre mis manteles?

En casa comemos durante los trescientos sesenta y cinco días del año sobre manteles manteles, es decir manteles de tela de diversos colores y tamaños: pequeños, si solo comemos nosotros dos, medianos si alguien se invita, lo cual suele ser un día sí y otro también y manteles grandes para fines de semana, cumpleaños, aniversarios y muchos motivos más. Son aquellos manteles que cuando bordaba mi ajuar, pensaba que iban a estar más tiempo escondidos al fondo del cajón de abajo que sobre mis mesas ¡que inocente era pensar que solo nosotros, los niños y a veces algún familiar o amigo se sentaría a mi mesa!


En este momento en que escribo ya no es Navidad, pasaron los Reyes, vinieron los nietos a quitar adornos y luces y el árbol, todo recogido en distintas cajas. Ya tengo guardadas las bellas figuras del Misterio Navideño: La Virgen, el Niño, San José, los Reyes y el buey y la mula, por cierto este año el buey ha perdido un cuerno, menos mal que ha aparecido entre la mantita que cubría al Niño ¿Se sabrá quién fue el que lo rompió? ¡me temo que no!


Perdón, yo quería hablaros de aquellos manteles que solo se usan en la Navidad y que ahora están durmiendo de nuevo, lavados, planchados, cubiertos de papel de seda como me enseñó hace muchos años a hacerlo mi madre y ahí están guardados hasta que otra vez sea Nochebuena. 

No sé si estaré o estaremos todos los que este año hemos compartido mesas y manteles y lo digo usando el plural, porque en esta casa celebramos muchos, comidas y cenas y necesitamos dos mesas o tres. Viene la familia, vienen los amigos y el número aumenta cada año más y yo como soy algo pesimista, o tal vez realista, no quiero guardar nada en los cajones y abro los armarios y saco a la mesa  la cubertería de plata y salen las copas mejores (hasta a los más chicos les servimos agua en mis altas copas) y pongo en las mesas aquella vajilla que tiene sopera, salseras y fuentes y todos los años se rompe una copa, un cuenco, algún plato ¿y qué importa? 

Antes, cuando se fumaba en casa, a veces veía al ir a planchar, una quemadura y otras veces más, pero ahora tan solo aparecen manchas que son resistentes a mi detergente y entonces me llueven consejos de toda la gente de mi alrededor que me dan la fórmula mágica para eliminarlas y vuelven de nuevo a lucir totalmente blancos y yo me pregunto como cada año; Cuándo yo no esté, ¿Quien se encargará de usar mis manteles? ¿En casa de quién y sobre qué mesas? ¿Quién los lavará después de las fiestas y los planchará? 

Son tantas preguntas que me hago a solas, aunque sé que a nadie le importa lo que yo les digo desde hace años, a estos manteles tan blancos que llevan conmigo, oyéndome hablar mientras que los plancho, mientras que los guardo y les voy contando la felicidad que siento al mirar a mis hijos y al ver a mis nietos cantar villancicos, brindar por la vida con todos mis seres queridos, sentados en torno a mis mesas, cubiertas de blancos manteles…