Recorriendo
mi pasado
Regreso de nuevo a la ciudad
que me vio nacer, después de demasiados años y en cuanto bajo del tren todo viene
a mi memoria: El andén que solía recorrer de la mano de mi padre, el histórico
vestíbulo y la espaciosa avenida. Mi pobre y breve equipaje casi no pesa y empiezo
a caminar. Mis recuerdos me llevan calle abajo por San Diego y en esta calle
del Duque, tras pasar por debajo del balcón de mi amiga de la niñez, cruzo
buscando mi infancia hacia la calle de Saura, conservando en el recuerdo el
olor que procedía del taller del carpintero, sorteando la carrera de los niños
que salían presurosos del Patronato y regreso por la plaza de Roldan, añorando
la presencia de la palmera del Lago y bajo hacia san Francisco, recordando
aquellos libros que lucía en su escaparate la librería Athenas y busco sin encontrarlos, en La Glorieta,
los quioscos de las flores y localizo a Isidoro Maíquez escondido entre los
ficus. Campos, San Miguel, mi cole, Medieras, los vestidos de bebes de La
cigüeña ya no están. Ahora encuentro en todas partes bares y cafeterías, aunque
en la calle Mayor no localizo Gran Bar, solo un muro, ¿Dónde está El Americano?
¿Y el Mastia? ¿Dónde han ido las papelerías aquellas a las que tantas veces fui
a por láminas, plumillas o cuadernos? Quizás el aire de los abanicos de Narváez
han soplado sobre libros y libretas empujando hasta Molina o Lepanto y cerca de
allí descubro a un grupo de nazarenos que me señalan el lugar donde hace años yo
admiraba el precioso escaparate de Filigrana y sus guantes, cinturones y pañuelos
de colores. Sigo andando ¿La Royal? Tampoco está, ni el Mariola y en su lugar
más comercios y más bares. Abandono el encontrar mi pasado en estas calles y
sigo por Santa Florentina al Parque y descubro que todo es diferente, que el
cuartel es un museo y que la Lonja no está, ni las Siervas de Jesús que salían
del convento cuando caía la noche para acompañar a enfermos y continuo mi paseo
hasta el Paseo y busco los eucaliptos, “El Copo”, los chalets donde vivían mis
amigos de hace años y solo veo construcciones y tráfico y semáforos. Evoco
juegos de entonces, mi bicicleta, las excursiones a Los Montes Amarillos, El Ensanche
que era nuestro y ahora solo encuentro edificios y edificios. Ya no hay niños,
ni bicicletas, ni parques donde jugar. Recorro todo el Paseo y llego a La Plaza
España y continuo sin ver a niños jugando, solo los que entran y salen de Carmelitas
o el Instituto donde hice el bachiller y al que han cambiado de nombre. Todo ha
cambiado, pocas cosas me recuerdan que aquí viví muchos años. Voy a la calle
del Carmen, ¡Menos mal que algo permanece igual! La iglesia que le da nombre y de ahí continuaré a buscar
el Arsenal y ahí esta como siempre, paso rápida por delante de una plaza que no
recuerdo de entonces porque por aquí estaba antes la plaza del Rey, con sus
bancos, sus árboles y sus niños, pero ya no existe nada. ¿Me estará
confundiendo la memoria? Nada es igual y camino presurosa descubriendo que el
cuartel que recordaba que ocupaba este espacio, es ahora otro edificio con
banderas en los mástiles de entrada y siento de pronto un olor muy peculiar que
creía ya olvidado: ¡Huele a mar! Y sí, aparece el puerto y me acerco hasta el
cantil y recuerdo aquel poema de Cervantes que decía: “Con esto, poco a poco llegué
al puerto…” Miro los faros, la bocana y los montes que protegen a este puerto
“cerrado a todo viento y encubierto…” y soltando mi maleta, me siento a
descansar: ¡De nuevo estoy en Cartagena!