De
nuevo regresa el tiempo de Navidad, el tiempo de mis blancos manteles, esos
blancos manteles que todos los años, por este tiempo, cubren mis mesas.
Empezaron cubriendo tan solo una mesa, alrededor de la cual nos sentábamos en
Nochebuena con los abuelos y los pequeños de entonces. Pasado algún tiempo fue
cambiando el entorno, los abuelos no están y en su sitio se sientan niños y más
niños que dejan caer sobre mis manteles un vaso de algo derramado, un trozo de
pan, una mancha de salsa que no habrá manera de limpiar del todo, manchas que
aparecen cuando voy a planchar y vuelven de nuevo a la lavadora.
¿Por
qué yo no digo mi blanco mantel y lo escribo en plural? Porque año a año se han
reunido en casa familia y amigos para celebrar que aún estamos vivos y que nos
queremos y necesitamos una mesa grande y otra pequeña y luego dos mesas y otra
más pequeña, pero en todas ellas mis blancos manteles de la Navidad. Como dije
en tiempo ¡si mis manteles hablasen!¡Cuántas historias podrían contar! porque
desde aquellos tiempos en que cuatro niños soñaban con hacerse grandes y salir
de noche para ver llegar a Papá Noel, ese tipo gordo y colorado que trae en
Nochebuena parte de lo que ellos pidieron a Sus Majestades Los Reyes de Oriente
o ahora, con todo el bullicio que organizan nietos de muchas edades con
guitarras, villancicos nuevos y también aquellos que saben cantar sus padres y
abuelos.
Mis
blancos manteles conocen a nuevas personas que acuden a casa cada nuevo año y
escuchan las voces de niños que crecen y observan los cambios que el tiempo
produce en sus viejos amigos de siempre y se alegran de mirar y ver que no
falta nadie, que siguen estando sentados a la mesa grande los de siempre y en
las otras mesas la gente más joven hablando de nuevos proyectos y los más
pequeños ensuciando de nuevo, como antes y ahora, pero sin querer, con algún
refresco mi blanco mantel.
Supongo
que luego, cuando acabe esto, cuando ellos, mis blancos manteles regresen de
nuevo al cajón aquel donde se reúnen para descansar de tanto trasiego, de copas
y fuentes sobre sus espaldas, hablarán de mí, de cómo me encuentran, de cómo he
cambiado, de a quien conocieron estas Navidades y canturreando viejos
villancicos se irán poco a poco
durmiendo de nuevo y en sus sueños blancos estaremos todos los que junto
a ellos comimos, hablamos, reímos y prometimos reunirnos de nuevo el año que
viene, pero siempre terminando la frase con el clásico “Si Dios quiere”.