¿Quisiera ser un pez…?
Sonaban los primeros compases de la música y salíamos a la pista a bailar buscándonos con los ojos, premiosos por sentir como nuestros dedos se entrelazan y sentíamos mil hormigas recorriendo nuestro cuerpo.
¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Qué edad teníamos? ¿Cómo podíamos creernos que un gato que está triste y azul nunca nos iba a olvidar?
En aquellos momentos éramos capaces de creérnoslo todo. Al fin y al cabo nosotros mismos levitábamos cuando nuestras miradas se cruzaban. El amor nos había dando de lleno en la diana de nuestro corazón y nos sentíamos morir, nos faltaba el aire cuando tan solo nos rozábamos las yemas de los dedos. ¡Cuánto amor se puede sentir cuando uno se enamora por primera vez, por segunda vez, cuando al mirar unos ojos descubrimos que el corazón ya no late, que se nos ha parado de pronto, que el aire no llega a los pulmones y a pesar de todo, nos da igual “hacer siluetas de amor bajo la luna”, o escuchar a “las rosas decir que tu eres mía”…
Bailar, hablar, mirar, acariciar, tan sólo rozar una mano, sentir su aliento próximo. Todo es sublime, todo es maravilloso y el tiempo no corre cuando esperamos la llegada, el encuentro con la persona amada y aprieta el paso las saetas del reloj cuando se acerca la despedida y lloramos como niños y nos agarramos a su cuello y no nos queremos soltar y gemimos de dolor y la separación es tan trágica y…
No nos importa “pasar la noche en vela” suspirando y mirando el paso de las constelaciones por el cielo y escuchando una y otra vez la melodía que nos han susurrado mientras danzábamos “no sabes mi amor que noche bella, presiento que tu estas en esa estrella” y ese olor que nos ha dejado en las manos entre perfume y tabaco y que no quisiéramos perder jamás.
Pasa el tiempo, pasan los años, pasa la vida y todo aquello ¿Dónde fue? ¿Dónde quedaron aquellas caricias urgentes, ansiosas, llenas de fuego y ternura a la vez? ¿De verdad alguna vez hemos sido capaces de creer que “un gato puede estar triste y azul…”?
La vida, poco a poco nos va sacando del hermoso sueño, pero no lo hace de golpe, porque no lo resistiríamos. No, lo hace como el mar hace con la playa: suavemente, ola a ola, acariciándonos, distrayéndonos, susurrando caracolas en cada pleamar y así se han ido borrando, difuminando las huellas de nuestros paseos, los rumores de nuestras palabras de amor, el aroma, el aliento, el calor de los besos robados, furtivos…
Y ahora, ¿quisiera ser un pez? Seguro que no. No quiero ni pensar en ser un frío pez metido allá en tu pecera y oyendo a las rosas decir que tú eres mía, pero sí estoy segura que aunque viviera mil años seguiré pensando “que si amar es errado, culpa mía, te amé y en el fondo que es la vida no lo se…”
Sonaban los primeros compases de la música y salíamos a la pista a bailar buscándonos con los ojos, premiosos por sentir como nuestros dedos se entrelazan y sentíamos mil hormigas recorriendo nuestro cuerpo.
¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Qué edad teníamos? ¿Cómo podíamos creernos que un gato que está triste y azul nunca nos iba a olvidar?
En aquellos momentos éramos capaces de creérnoslo todo. Al fin y al cabo nosotros mismos levitábamos cuando nuestras miradas se cruzaban. El amor nos había dando de lleno en la diana de nuestro corazón y nos sentíamos morir, nos faltaba el aire cuando tan solo nos rozábamos las yemas de los dedos. ¡Cuánto amor se puede sentir cuando uno se enamora por primera vez, por segunda vez, cuando al mirar unos ojos descubrimos que el corazón ya no late, que se nos ha parado de pronto, que el aire no llega a los pulmones y a pesar de todo, nos da igual “hacer siluetas de amor bajo la luna”, o escuchar a “las rosas decir que tu eres mía”…
Bailar, hablar, mirar, acariciar, tan sólo rozar una mano, sentir su aliento próximo. Todo es sublime, todo es maravilloso y el tiempo no corre cuando esperamos la llegada, el encuentro con la persona amada y aprieta el paso las saetas del reloj cuando se acerca la despedida y lloramos como niños y nos agarramos a su cuello y no nos queremos soltar y gemimos de dolor y la separación es tan trágica y…
No nos importa “pasar la noche en vela” suspirando y mirando el paso de las constelaciones por el cielo y escuchando una y otra vez la melodía que nos han susurrado mientras danzábamos “no sabes mi amor que noche bella, presiento que tu estas en esa estrella” y ese olor que nos ha dejado en las manos entre perfume y tabaco y que no quisiéramos perder jamás.
Pasa el tiempo, pasan los años, pasa la vida y todo aquello ¿Dónde fue? ¿Dónde quedaron aquellas caricias urgentes, ansiosas, llenas de fuego y ternura a la vez? ¿De verdad alguna vez hemos sido capaces de creer que “un gato puede estar triste y azul…”?
La vida, poco a poco nos va sacando del hermoso sueño, pero no lo hace de golpe, porque no lo resistiríamos. No, lo hace como el mar hace con la playa: suavemente, ola a ola, acariciándonos, distrayéndonos, susurrando caracolas en cada pleamar y así se han ido borrando, difuminando las huellas de nuestros paseos, los rumores de nuestras palabras de amor, el aroma, el aliento, el calor de los besos robados, furtivos…
Y ahora, ¿quisiera ser un pez? Seguro que no. No quiero ni pensar en ser un frío pez metido allá en tu pecera y oyendo a las rosas decir que tú eres mía, pero sí estoy segura que aunque viviera mil años seguiré pensando “que si amar es errado, culpa mía, te amé y en el fondo que es la vida no lo se…”
Hermoso, sublime,apasionado, profundo...Me ha gustado muchisimo y con que armonia y locuacidad expresas los sentimientos que logras tranmitirlos a la persona que lee lo que escribes.
ResponderEliminarLo de la música está fenomenal. Es que no se te resiste nada. Ya me explicarás cómo se hace. Besos.