domingo, 1 de noviembre de 2020

La literatura y yo o yo y la literatura

 

Alba Editorial - David Copperfield

 Próximamente voy a cumplir un año más, pero aun sigo permaneciendo en la etapa de los porqués, de los qués, de los cuándo  y de los cómo. De niña, de adolescente, de adulta y aún ahora sigo haciéndome preguntas. Hoy mismo, mirando mis estanterías llenas de libros de todos los tamaños y contenido me hago varias preguntas ¿Cómo descubrí la lectura?, ¿por qué empecé a leer?, ¿quien me animó a leer?, ¿cuándo empecé a leer?

Vuelvo la vista atrás, hasta donde me alcanza la memoria y recuerdo la sala de estar de mi casa con estanterías llenas de libros grandes y chicos, gastados muchos lomos de ellos, novelas, poesía, teatro… Mi padre en su despacho leyendo, mi madre en su sillón junto al mirador, repasando alguna revista o fascículo coleccionable de entonces y la mesa de camilla llena de libros de estudio míos o de mis hermanos. (Escondidos los tebeos en sitios inverosímiles)

 

 ¡Libros, libros y más libros! A los siete u ocho años, cuando se regalaban pañuelos, colonia o pastillas de jabón en los santos y cumpleaños a mi me regalaban libros. Mi padre me regaló a esa edad un libro, que aun conservo dedicado, que describía viajes y aventuras y mi hermana mayor me regaló cuando aun no había cumplido diez “Antoñita la Fantástica y su tía Carol” lo que presuponía que ya había leído los anteriores títulos de Borita Casas.

 Tenía y aun la sigo teniendo, una amiga de mi edad y con las mismas aficiones, que cuando llegaba el tiempo de las vacaciones y debíamos separarnos nos intercambiábamos novelas, cuentos y libros de poesías. Claro que también disfrutábamos aprendiéndonos “Las mil peores poesías de la lengua castellana” o declamando “La venganza de Don Mendo” (“Las mil mejores poesías de la lengua castellana” ya las sabíamos). Uno de esos veranos de hace mil años, mi amiga y compañera de lecturas, me prestó “David Copperfield” en una edición antigua en papel biblia y me lo devoré a la orilla del mar.

 

 También a la orilla del mar y durante las vacaciones, ya que durante el curso todo el tiempo era poco para estudiar (otra cosa que aprendí de mis padres), allí junto al Mar Menor empecé leyendo Alicia en el País de las Maravillas, seguí con las novelas de Agatha Christie y continué con “Nada” de Carmen Laforet. “El mío Cid”, “El Quijote”, Becquer y Calderón de la Barca ya los había conocido en las clases de Lengua y literatura del Instituto. ¿Cuántos años tenia por aquel tiempo? Quizás doce o tal vez trece. Pasan los años y leo a García Lorca, “Cinco horas con Mario”, “Un millón de muertos”, “Los cipreses creen en Dios”, “En Asia se muere bajo las estrellas” o “Matar un ruiseñor”.

Siguen pasando los años y ya tengo trabajo y por tanto puedo disponer de dinero y ¿dónde mejor emplearlo que en libros? Colecciono los premios Nobel, los premios Pulitzer, los Planeta… Mis estanterías se van llenado de nuevos títulos, “En busca del tiempo perdido”, “Cien años de soledad” y todos los autores sudamericanos de entonces,. Descubro a Vargas Llosa a principio de los años setenta, Pablo Neruda, Borges y otros mas. 

 


     Avanza el tiempo y de pronto entro en una etapa de literatura algo mas oscura: Kafka con “La metamorfosis”, “Crimen y castigo” “Ana Karenina, “Madame Bovary”, “El señor de las moscas”, “Fahrenheit 451” o “1984”. Yo entonces desconocía que estos últimos títulos eran distópicos y al parecer la que era bastante distópica era yo, pues me sumergía en libros de auto-ayuda como “Yo estoy bien, tú estás bien” y podía mantener con mis amigos, hasta las tantas, discusiones sobre el padre, el adulto y el niño que todos llevamos dentro. Leo La Odisea, los poemas de Kavafis, Baudelaire, Cortazar. Es una época en que leo sin filtro todo lo que cae en mis manos.

 

 Me regalaron entonces “El Principito” (la gente que me conocía y me quería, seguía y aún sigue regalándome libros) con una dedicatoria preciosa y gracias a ello me reincorporé al mundo real, a los últimos libros publicados, a los premiados,  a los de mayor éxito. Ahora, en estos últimos años, lo único que ha cambiado es que cuando leo en la cama, es decir todas las noches, lo hago en un libro electrónico, porque los grandes volúmenes me pesan demasiado. Debe ser por la edad, pero aún extraño el olor del papel, el hecho de pasar las páginas, doblar un poquito la punta de una hoja para volver a releer más tarde o hacer anotaciones al margen.

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