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Escribir este nombre – PADRE – me duele en lo más profundo de mis entrañas. Es como una mezcla extraña de una gran ausencia y a la vez una más grande presencia.
El está aquí ahora y siempre: Mi padre, mi amigo, mi profesor.
Tengo tantas deudas impagadas con él, que no me considero digna de mencionar sus virtudes porque parecería que pretendo con ello saldar mi cuenta pendiente y eso no es posible, por más que me esforzara.
Dicen que mi padre ha muerto, pero no es cierto. Morir es ausentarse, desaparecer, olvidarse y él está presente. Nunca se ha ido de mi lado. Cuantas veces lo he precisado, él ha acudido en mi ayuda. Pensar en él y sonreír es todo uno. Él es la sonrisa perenne, el gran niño feliz, la cara buena de la vida, la confianza en el género humano…
No he conocido jamás una persona más noble y limpia. Dios le concedió la gracia de la inocencia del niño, esa que es capaz de pasar por la vida como San Pedro sobre las aguas sin hundirse en las sucias y escabrosas profundidades del mundo.
Me dio y me sigue dando, día a día, un ejemplo de sencillez y nobleza que nunca lograre, porque el mundo en que me muevo es sucio y feo y yo no tengo su fuerza y su capacidad para emerger entre tanta inmundicia.
Vuelvo la vista atrás y en todas y cada una de las diferentes etapas de mi vida lo veo junto a mí. Paseos, juegos, cuentos, chistes, historietas, infancia, adolescencia… Se mezclan en mi mente las imágenes y siempre está mi padre en ellas. Explicaciones de matemáticas, discusiones de todo tipo, conversaciones profundas… ¡Cuánto he hablado con mi padre! Me alegro de haber tenido la suerte de haber podido tener a mi lado a este gran conversador. Nunca ha sido un aburrido monologo ni una lección magistral.
Siempre discutíamos de todo, cualquier tema nos servía para iniciar un debate. Mis preguntas le ponían furioso pero disfrutábamos ambos en la lucha dialéctica que se sabia cuando empezaba pero nunca cuando y como terminaba. El diccionario, la búsqueda de la palabra adecuada, la aclaración pertinente, la fecha exacta, el lugar preciso… Nos encantaba ese juego. Mi madre nos llamaba a comer o a cenar, pero nosotros seguíamos con lo nuestro.
Mi actual forma de ser y pensar. Mi carácter curioso, conversador y polémico nace de mis primeros años con él. Yo recitaba los poemas que él elegía para mi, yo leía los libros que él me recomendaba. Nuestro mundo privado era pequeño y grande a la vez. Solo cabíamos los dos, pero llegábamos a los confines del universo. Estudiábamos la noche y las estrellas en la terraza de la playa. Observábamos los insectos, los diversos tipos de cultivo y los nombres de las flores en los paseos por el campo. Buscábamos la razón de las cosas, reíamos del absurdo de la vida y sobre todo hablábamos y hablábamos horas y horas…
Me enseño a no temer a las tormentas, a calcular a que distancia estaba la nube, a defenderme del miedo, aunque él siempre fue más miedoso que yo.
Al caer la tarde, mirábamos hacia la calle desde el mirador e inventábamos historias sobre las gentes que pasaban. Él lo sabía todo. Para todas mis preguntas, que eran continuas, en él siempre había una respuesta.
Me enseñó a nadar, a bucear y a hacer el muerto sobre las aguas tranquilas del Mar Menor. Eso lo hacia mejor que yo y que nadie. Un día lo hizo tan bien que ya no despertó. Me engañó esa vez. Creo que fue la única vez, pero yo espero que vuelva. Tenemos demasiadas cosas pendientes que le tengo que contar y preguntar. Aun no le he dicho que me he casado, que tengo hijos, que se han casado, que tengo nietos… Tengo que enseñarle mi casa, mi familia que es la suya, mis libros nuevos. Tengo aun muchas dudas que consultarle. Quedaron pendientes muchas cuestiones que aclarar y yo sé que él tiene las respuestas.
Estoy segura de que está jugando conmigo al escondite o a un juego nuevo del que no conozco las reglas. Lo busco, lo llamo pero no me contesta. Parece ser que no me oye. Debe andar mal del oído. Se estará volviendo viejo, pero aun así yo quiero estar con él. Quiero verlo envejecer y seguir riendo con él.
Debemos terminar este juego del escondite y de hacerse el muerto y pasar a otra cosa. Llevo demasiados años esperándole y él no se da cuenta de que se nos está acumulando la tarea. Él, que siempre ha sido tan ordenado, debería volver a clasificar y poner orden a este maremagno que es hoy mi vida.
Me enseñó muchas cosas, pero se dejó a faltar el enseñarme a caminar sola y tropiezo y pregunto y me falta su respuesta que estoy segura que era la correcta, porque él lo sabía todo y yo no sé nada.
¡Me fallaste profesor…!
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