¿Quieres que te cuente un cuento?
¿Ese cuento que en Diciembre, cuando no tienes colegio me pides que yo te cuente?
Cuando llegan esos días, tus padres van al trabajo y tu estás de vacaciones y ¿que podemos hacer contigo, con tus hermanos y primos mientras tanto? ¡Muy sencillo!: Todos los niños y niñas a casa de los abuelos.
Llegáis siempre muy temprano, todos sin desayunar, algunos vienen aún con pijama y zapatillas, otros con el biberón, el pañal y todos con la mochila llena de cosas: el juguete preferido, el jarabe, instrucciones y consejos de los padres que ni siquiera miramos y nos sacáis de la cama al abuelo y a la abuela y comienza el zafarrancho: Desayunos, ropa limpia, y a enredar hasta que vuelvan los padres y así un día tras otro durante el tiempo que duren las fiestas de Navidad.
Empezaste siendo tú la única que venias y eso fue hace… no sé. Ha pasado tanto tiempo que casi no lo recuerdo. Eras y lo sigues siendo la primera, la mejor, la preferida, aunque a veces te diluyes entre ese enorme montón de críos pequeños que cada año nos llega y en medio de ese barullo de baberos y patucos parece que tú no estás.Cuando empezaste a venir a mi casa en vacaciones, no nos aburríamos nunca. Eran demasiadas cosas las que teníamos que hacer. Tú llevabas bien la cuenta de todos los cometidos que teníamos pendientes y había que terminar antes de la Nochebuena: Poner adornos al árbol que antes había colocado el abuelo en el rincón del salón, repartir cintas brillantes y tarjetas navideñas por encima de los muebles, hacer una relación con las cosas que teníamos que comprar, reponer las bolas viejas, los adornos, las figuras del Belén que alguno de los pequeños rompió el año anterior, hacer menús para todos, preparar algunos postres y tu me ibas siguiendo por la casa, igual que hacen los patitos pequeñitos y amarillos que van siempre, en los dibujos, detrás de todas las cosas que se mueven cerca de ellos.
Desde entonces, cada año, al llegar la Navidad, tenemos en casa siempre algún miembro nuevo más. Unas veces es un niño, otras veces es un perro, una niña, otra más: Gonzalo, Javier, y Pablo, Álvaro, Cristina y Blanca, Josemaría e Ignacio y Tango y Oso y Whisky y todos, los animales y niños vais formando junto a mí un ejercito especial, un grupo de cachorrillos preparados y dispuestos a ayudar, obedecer y escuchar las historias de la abuela.
Al principio, yo os contaba cada tarde los cuentos que conocía, los de siempre: Caperucita, Los tres osos, La casa de chocolate… Pero no era ese el cuento que queríais escuchar y cambie de estilo y forma y adaptándome a los tiempos os contaba las historias apropiadas del tiempo de Navidad con paisajes de trineos, de nieve, renos y abetos, pero no os decían nada, -¿Qué es la nieve? Preguntabas, -Abuela ¿Qué es un trineo?, y luego el lío tremendo de Papá Noel, el árbol de Navidad, Santa Claus, el Nacimiento, los Reyes….
Luego lo intenté con otros. Cuentos que os causaban pena como el de La cerillera, donde esa pequeña niña moría helada de frío. Recuerdo aún vuestras caras al escuchar aquel cuento y es que yo no sé que encuentran los escritores contando historias terribles a los niños como El Príncipe Feliz de Oscar Wilde que es tan triste… ¡que pena manifestaban vuestros rostros!
Por eso, cuando llegan estas fechas, yo ya no se lo que hacer para teneros tranquilos y sobre todo contentos. Después de ordenar la casa, vestirla toda de fiesta, llenándola con dibujos, colgar por todos los sitios los adornos que traéis cada cual de su colegio, poner luces en el árbol, y más luces que se apagan y se encienden sobre todas las ventanas, llega el momento supremo de colocar el Belén y esa si que es una historia…
Y es que el abuelo, tan serio y tan formal y a quien no le va el desorden, ha organizado con un mes de antelación la infraestructura adecuada y el diseño pertinente: Ha preparado el lugar, ha coloreado el río, ha construido los montes, ha colocado la estrella y situado planteles de alpiste y de lentejas en los huertos y caminos de colores y se enfada cuando ve que le movéis las figuras y las trasladáis del sitio que él ha previsto en principio. No le gusta que pongáis los camellos de los Reyes cerca de las lavanderas. Los Reyes deben de ir por el camino del puente, pero mucho más despacio que los grupos de pastores y aldeanos. No quiere que se aproximen tan deprisa Sus Majestades de Oriente porque todavía es pronto, la Navidad es muy larga y no es lógico ponerlos ante el portal el día treinta. Vosotros habláis con él y le intentáis convencer, más no llegáis a un acuerdo. Por eso cuando él no os ve, tenéis que hacerlo deprisa para que no se dé cuenta y siempre se os cae algo al suelo. Unas veces un pastor, o el serrín o algún cordero y a veces hasta la cerca que rodea a los cerditos y entonces llega el abuelo…, poniendo el grito en el cielo -¿Quién ha tocado el Belén?- No puedo hacerle entender que los dueños absolutos de todo lo que hay en casa durante las vacaciones sois vosotros y se vuelve renegando, recogiendo, colocando cada cosa en su sitio original, hasta dentro de otro rato que volveréis a enredar.
Los horarios de la casa son los vuestros, los menús, los villancicos, los cuentos y todo, todo, está pensado para que todas las horas del día seáis felices. ¡Y a mi me cuesta tan poco! A pesar de mis dolores de pies, cabeza y riñones, de todo el caos y el desorden de la casa, yo me siento bien pagada cuando os miro y escucho con disimulo vuestras charlas junto al árbol o descubro ese brillo singular en vuestros ojos ante cualquier novedad y esa sorpresa continua ante todo lo que ya para nosotros es corriente y es normal. Además, como cada Navidad hay un nuevo personaje que acude con su mochila, sus pañales y su carita inocente descubriendo emocionado el teatro de la abuela, vosotros os encargáis de explicarle, de contarle, de enseñarle villancicos.
Luego, cuando cae la tarde, merendados y cansados de correr por todas partes, venís todos a mi lado y os empeñáis en que os cuente un nuevo cuento, no el mismo cuento de siempre y yo no sé que inventar y entre todos nos ponemos a crear un cuento nuevo que sea el mejor y que además sea vuestro.
Os quedáis hipnotizados cuando empiezo: -“Erase una vez una niña que se llamaba Alejandra…”, o bien: -“En una casita rodeada por un jardín lleno de rosas vivían unos niños cuyos nombres eran…: Javi, Cristina, Josemaría o Ignacio, Pablo, Álvaro, Gonzalo, Blanca…” Según voy diciendo nombres, vuestras caras se van llenando de luz al ver que sois personajes de una historia fabulosa y no digamos con que gestos orgullosos, os miráis unos a otros cuando os transformo en los héroes fabulosos, valientes y divertidos capaces de hacer todo tipo de trasgresiones a las normas implantadas por los padres.
En los cuentos de la abuela podéis viajar sin dinero, andar, saltar y correr sin cansancio por el campo, podéis volver por la noche. Sois valientes, ingeniosos, atrevidos y siempre terminan bien. Os encantan mis historias y a mi me encanta saber que os hechiza el escucharlas. Ni siquiera los pequeños pestañean, como si entendieran todo lo que narro en mis relatos. En mis cuentos aparecen vuestras casas, los amigos, el colegio, ¡que se yo! Le doy vida a un bocadillo, el chorizo se entristece si no le habla el jamón. Os gusta que aquellas cosas inanimadas os hablen y os cuenten sus inquietudes. No hay hadas, gnomos, princesas pero si imaginación.
Cuando vuelven vuestros padres del trabajo y os esperan encontrar jugando con la pelota, con las bicis o en la tele, se sorprenden al notar el silencio que hay en casa. Nos buscan y nos encuentran repartidos por el suelo, por la alfombra y apoyados en mis piernas escuchando mis historias.
Yo los miro, a vuestros padres, y noto que al percibir que no volvéis la mirada, que ni los perros saludan su llegada con el rabo, se sienten algo molestos, celosos y hasta envidiosos y si no fuera porque la abuela es su madre, os cogerían en brazos y os llevarían de mi lado para ensayar luego en casa, para comprobar allí si ese silencio, esa paz era por casualidad o era magia, o era un juego.
Menos mal que los conozco y sé que quieren vivir esa ilusión con vosotros y dejamos inconcluso el cuento medio empezado a pesar de vuestras quejas y os convenzo que mañana, que pasado, que hay muchos días aún para terminar el cuento, y que ahora que han venido vuestros padres, hay muchas cosas que hacer: Escribir o corregir la carta a los Reyes Magos, ensayar los villancicos con los que vais a cantar a todos en Nochebuena. Hay que ayudar a los padres y acompañarlos a ver en las tiendas de juguetes lo que pedís a Los Reyes, porque ellos no entienden nada cuanto decís que queréis. ¿Cómo pueden ser tan torpes? No conocen ni los nombres de los juguetes que ponéis en vuestras cartas. Claro que a todo hay quien gane, porque la verdad sea dicha los más torpes de todo el mundo, sin duda, son los mismos Reyes Magos y es que ya son muy mayores…
Cada año, dedicáis horas y horas en casa en escribir esa carta y todo lo que decís en ella parece ser, en principio, que está muy bien explicado, con todo tipo de datos: nombre, funciones, color, descripción meticulosa de los mínimos detalles del juguete o la muñeca para que no tengan duda, pero luego, cuando llegan los regalos, todos los años lo mismo: Más pequeños, diferentes, no funcionan como en la publicidad, y eso si llegan, porque es verdad que en el mundo hay muchos niños pidiendo, pero si ellos son tan magos como dicen, podían acertar más veces, pero debe ser la edad, son ya demasiados siglos, el desierto, los camellos, que se yo…
Con lo simple que seria que los Reyes acudieran con las cartas en la mano a la planta de juguetes de unos grandes almacenes y allí coger sin problemas, sin errores, tal como habéis redactado. ¿Por qué mandarán primero a los pajes a recoger vuestras cartas, si luego no vienen ellos a retiran los juguetes en los comercios de siempre? Pero en fin, si no lo entienden, no les vamos a cambiar. Son muchos siglos de hacerlo y ya no van a aprender.
Y menos mal que vosotros, al igual que vuestros padres cuando eran niños también, les decís siempre a los Reyes que dada su mucha edad y las muchas peticiones que reciben, os da igual que en Nochebuena Papá Noel os los traiga y así los pobres descansan y tienen menos trabajo y vosotros disfrutáis de los juguetes antes que los otros niños que conocéis del colegio.
Y de este modo, muy poquito a poco y casi sin darnos cuenta llegamos a Nochebuena y a lo largo de la tarde vais llegando a nuestra casa con vuestras mejores galas. Esta noche es una noche muy importante para todos: Vais a comer en la mesa junto a todos los mayores y no tenéis que acostaros tan temprano como el resto de las noches. La mesa está preparada y cenamos todos juntos, los mayores y pequeños. Luego recitáis poemas, representáis ante los padres y abuelos alguna pequeña obra de teatro preparada y ensayada entre vosotros y yo en secreto y al final los villancicos y de pronto… alguien que chista y comenta: -¡Callar! ¿No os parece que se ha oído algún ruido allá fuera?- y ya comienzan los nervios, las risas, los empujones, los codazos y carreras y vosotros comentáis: -Es verdad, yo antes he visto una sombra que pasaba por detrás - ¡Que no! Yo he notado que tocaba en la persiana algo raro que sonaba parecido al roce de los cuernos de los renos. –Pues yo he oído clarísimo tintinear cascabeles por aquella habitación. -Que no, que si... Y de pronto se nos apaga la luz y hay gritos, alguien pellizca mi brazo, un tropezón, una pequeña que llora y parece que se oyen susurros en el pasillo, pasos ligeros de alguien, algo nos roza la espalda y vuelve entonces la luz y de pronto…
Mágicamente aparecen debajo de nuestro árbol una montaña de cajas, paquetes de todas formas con lazos de mil colores y etiquetas con nombres de unos y otros y los pequeños, que no entienden que está pasando, lo miran todo entre pucheros y asombro y quieren cogerlo todo, lo que abulta, lo que brilla y alguien, un mayor, se pone serio en el centro del salón y nos pide calma a todos y decide que tú, la niña mayor, la que ya sabe leer, vaya recogiendo de uno en uno los regalos, leyendo correctamente los nombres y entregando a cada uno el suyo y así, entre risas y entre fotos, entre nervios, emociones y sorpresas terminamos de tomarnos el turrón que aún nos quedaba en la fuente y poco a poco, todos los niños y niñas, agotados, van quedándose dormidos, agarrados a su juguete escogido, con sus tiernecillos dedos manchados de chocolate. Para dormir todo sirve: Lo mismo vale una silla, que la alfombra, que el sofá. Van cayéndose rendidos, agotados de la noche de emociones, pero tú aún permaneces despierta y vas comentando, con nosotros los mayores, cosas que han sucedido esta noche, ocurrencias de los niños, anécdotas de Nochebuena. ¡ Los otros son tan pequeños…! ¡Tú, en cambio, eres mayor! Pero no, tú aún seguirás siendo niña, mi pequeña, la primera, la nieta que me enseñó a contar nuevas historias y cuentos a esta pandilla de niños, la que convirtió estas fechas, que antes eran para mí tan tristes, con la ausencia de mis padres, en días repletos de magia, de ilusión y de ternura, y de inocencia y amor y deseo con toda mi alma que aún te queden muchos años de pedirle por favor a esta abuela que te cuente un cuento nuevo y yo espero que la vida me permita que por muchos años más, Navidad tras Navidad pueda decirte, lo mismo a ti, que a tus hermanos y primos y a los que aún llegarán: ¿Quieres que te cuente un cuento?
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