Hoy es día 26 de Junio de 2009 y para mí esta fecha es muy importante y no sólo porque sea el santo de mi nieto Josemaría, sino porque por primera vez me atrevo a "colgar en la red" uno de mis escritos. Perdonar mi atrevimiento.
LYDIA SALVIUS
(Cartago Nova, Siglo I, un día cualquiera)
A Lydia le gusta ese sitio. Toda la mañana la ha pasado sentada en la parte más alta de la vieja colina que hay en la parte de atrás de su casa. Desde allí se contempla el trasiego incesante de barcos que entran y salen del puerto, grandes y pequeños, barquillas que a veces tan solo llegan hasta aquella isla que se ve allá enfrente; barcos que transportan a la capital aceites y garum, para ser consumidos en banquetes lujosos y esplendidos que ofrece a sus nobles leales el amado Augusto. En el puerto siempre hay movimiento de tropas que vienen y van, cargamentos de plata y de plomo que produce esta tierra tan rica y generosa.
Este mirador abierto a la rada, se ha convertido, desde hace unos meses, para Lydia en el lugar preferido, donde acude cada vez que la pena y la soledad la invaden y allí con la brisa, que quiere creer que le habla al oído y le trae las caricias soñadas de su amado Lucio, nota que la ausencia es menos dolorosa. Desde este lugar ella vio alejarse el navío trirreme que se lo llevó al otro confín de este mismo mar. Su futuro esposo se marchó hace tiempo, en respuesta a un llamado de Roma, a servir a las órdenes de aquel general cuyo nombre ha olvidado, pero que muy pronto todos honrarán y repetirán una y otra vez, ensalzando sus grandes conquistas. Pero eso aún no lo sabe Lydia. Lo sabrá después.
Hace rato que espera a su madre, la hermosa y prudente Lucila, esposa de Salvius, nombrado hace poco Pretor y al que su hija ve últimamente muy atareado, siempre discutiendo de temas jurídicos y comerciales con otros personajes que son importantes al igual que él: Magistrados, Sacerdotes del templo, emisarios de Roma. Menos mal que tiene a su madre con ella, que la anima a salir de la villa cuando observa que la pena de amor por la ausencia de Lucio cubre sus mejillas de llanto y siempre aparece sonriendo, proponiendo excursiones diversas para distraerla. Desde hace días sabe Lydia que esta tarde saldrán de paseo por calles y plazas, que visitarán las pequeñas tiendas que hay detrás del Foro y luego más tarde irán al Teatro.
Por fin ha acabado su madre, la sin par Lucila, que sale de sus aposentos arrastrando tras ella aromas traídos de Oriente, vestida con hermosas galas y adornada con joyas, regalo de su amado esposo. Lydia la contempla admirando la magnifica estampa que presenta al verla salir dando mil consejos y recados a todo el servicio que las acompaña hasta el bello atrio que bordea la casa.
Bajan desde la colina, recogiendo el vuelo de sus ricas túnicas y giran primero a la izquierda para continuar paseando hasta el Foro, atraviesan la vía que cruza por el decumanus hacia el cardum máximus. Allí, entre el tumulto de gente que entra y que sale de las tiendas que hay en la plaza, saludan a algunos patricios que regresan de las termas y se dirigen presurosos al Teatro, donde ya les esperan sus parientes y amigos. Al pasar por delante de la Curia, Lydia contempla admirada la magnífica estatua de Augusto que la preside y el lujoso suelo de mármol traído en los grandes barcos que arriban al puerto de esta próspera ciudad.
Todos las conocen y saludan al pasar con gran respeto. Siguen caminando por el decumanus máximum alejándose del bullicio de los pequeños comercios y sumándose a los amigos que, al igual que ellas se dirigen también al teatro. Durante todo el trayecto su madre la observa en silencio comprendiendo su triste expresión. Nota que le cuesta prestar atención a las cosas banales que ella le cuenta para distraerla. Le podría decir que lo mismo que está ella sufriendo, lo vivió hace tiempo, pero guarda silencio evocando aquel tiempo lejano y recuerda como ella también lloró con las largas ausencias de Salvius, las guerras lejanas, el no saber nada y temerlo todo.
Al subir la empinada cuesta que conduce a los aditus de la parte inferior, sorprende la madre una leve sonrisa en el rostro sereno y hermoso de su hija amada y comprueba que ha sido causado al mirar los puestos que algunos de los artesanos han instalado entre los jardines del pórtico, donde se pasean los nobles patricios a la espera de que se reanude de nuevo el espectáculo. Allí sobre una pequeña mesita cubierta por un tosco paño azul, se muestran algunas de las muchas joyas que suelen realizar estos artífices: collares, pulseras, anillos y broches se exponen a la contemplación de los nobles patricios. La mirada de Lydia está fija en una sortija dorada con una turquesa de un azul semejante a sus ojos y la madre no duda. Es la única cosa que ha sido capaz de alejar de su rostro la pena por la ausencia del amado Lucio e introduce su mano en la bolsa que porta sujeta en el cinturón y le da unas cuantas monedas al orfebre que ha conseguido distraer, aunque sea tan solo por breves momentos, a su hija amada y cogiendo el anillo le dice: - Tómalo, yo te lo regalo a cambio tan solo de una sonrisa. Y Lydia sonríe, lo coge ligera y se lo coloca en el dedo anular de su mano derecha y lo observa feliz.
Su madre la toma del brazo y tirando de ella la hace subir y subir. Pasan por delante de los vomitorios de la media cavea, avanzan como llevadas por el velum que cubre las gradas, siguen ascendiendo, están junto al pórtico de la summa cavea y llegan por fin hasta los jardines de olorosas rosas de la parte alta y allí, jadeantes por la caminata, pero alegres como dos chiquillas, contemplan el puerto. Ese puerto que ha visto marchar al amado y que ambas anhelan que regrese triunfante algún día de estos.
Carmina: Ya me gustaría ser Lucio, el amado de Lydia Salvius. Cuanto más releo tus inverosímiles historias, más me siento orgulloso de que una cartagenera exprese con tal riqueza las fabulosas leyendas que brotan de una forma tan ordenada, que a veces creo estar viviéndolas desde un segundo plano. Änimo y continúa enriqueciéndome.
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